Cuando salió a la luz el audiovisual “Caracas, ciudad de despedidas” apenas contaba con unos escasos 16 o 17 años. Para ese entonces, el vídeo conmocionó al país. Fue tanto el revuelo que se hicieron memes y hasta el presidente Chávez más de una vez hizo mención del mismo.
Las críticas que recibieron estos muchachos fue tal, que luego tuvieron que ejercer su derecho a réplica. Muchos no entendieron el mensaje, incluyéndome; me parecía por demás absurdo que esos “niños de papi y mami” lloriquearan por elegir vivir en Francia o España. A años luz me encontraba de tener que despedir, desde el barrio a vecinos y amigos y que ellos tengan qué elegir entre Ecuador o Colombia, Chile o Perú, vivir o sub-vivir.
“Caracas, ciudad de despedidas”, más allá de ser la muestra del mandibuleo vacuo de una clase social extinta (media-alta) gracias a la mala administración gubernamental, se convirtió en el primer capítulo del apocalipsis venezolano, pues fueron esos muchachos de alguna manera, quienes indicaron a los jóvenes, en su propio lenguaje, el futuro. Un país empobrecido, sin libertad económica y con mínimas oportunidades para el desarrollo de la juventud.
Hoy el panorama es distinto en cierto sentido, ya no es la gente de plata que se va. Ahora es el pobre, el que no estudió en los mejores liceos ni pasó las vacaciones en otro país para mejorar su inglés. Es decir, el que cuenta si acaso con un mes de renta y dos semanas de mercado, o el que se va con escasos 100 dólares o el que espera ayuda humanitaria al otro lado de la frontera como es el caso de venezolanos en Brasil o Colombia.
Son muchos los venezolanos que se han ido, pero esta cifra sigue aun siendo un misterio ya que el mismo Gobierno se ha encargado de ocultarla. En la consulta popular convocada por la MUD el 16 de Julio, un total de 693.789 personas votaron, sin contar las que estuvieron lejos de las ciudades donde se efectuó dicha consulta y que no pudieron llegar a tiempo. Pero este dato incógnito sigue aumentando, tan solo este lunes 26.000 venezolanos cruzaron la frontera de Colombia (algunos fueron sólo a comprar comida) y muchos lo hicieron “antes de que explote el peo” o “antes de que se ponga peor”. Todavía hay quienes y aquí me incluyo, tienen esperanza de que eso no pase, de que la fulana Constituyente no se dé y podamos vivir aun en el país que nos vio nacer pero que de caso contrario, no les queda otra opción que salir, como sea, a donde sea, para vivir y no sub-vivir.
Heisy Mejías
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