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domingo, 3 de julio de 2016

JUAN: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).Sección: Buenas nuevas (columnista invitado)

 Yorman Gámez

¿Por qué te congregas?
¿Qué te motiva a venir los domingos a la iglesia?
Estas y otras más interrogantes deberían ser el pilar del cristiano en preguntarse, ¿porque vengo todos los domingos a la iglesia?, ¿qué hay de tras de todo esto?, ¿qué busco en la iglesia?, etc. Desde que el hombre y/o mujer decide aceptar a Cristo en sus vidas, ocurren transformaciones, cambios radicales, forma de hablar, forma de caminar, conductas que antes tenían inapropiadas y ahora están sujetas y sometidas a los pies de Cristo, en fin muchas cosas buenas llegan al ser humano por creer y confiar en un Dios vivo y poderoso.

 Luego de ese paso tan importante, comienza el desarrollo de una vida ferviente como creyente de Dios, en buscar una congregación óptima donde pueda crecer espiritualmente y conocimiento la sana doctrina que dejo Jesucristo a través de sus apóstoles para toda la humanidad.
Muchas de las personas asisten a la iglesia por: “Problemas en el matrimonio, divorcios, hijos drogadictos, hijas prostitutas, hombres y mujeres con una condición distinta a su sexo (homosexuales, lesbianas) que buscan libertad en sus vidas, personas que vienen enfermas que necesitan sanidad en sus cuerpos. Existen otras personas, que son simpatizantes del lugar, de la buena música, pero cuando viene el predicador se espuman, se van, o dicen una “mentirita blanca” ya vengo, y terminan por yéndose sin escuchar lo que Dios trae para nuestras vidas.


 Muchas veces venimos al servicio de la iglesia y no aprovechamos nada será: ¿qué solo vengo a sentarme?, ¿a jugar con el teléfono?, ¿a que me vean los demás?, ¿a solo cantar?. A veces caemos, en una etapa del cristianismo donde el creyente va a la iglesia solo para que lo vea el pastor o estas sentado y tu mente está pendiente de la carne (trabajo, comida, dinero, ropa, carro, escuela, liceo, universidad, sexo) y no estamos aptos y atentos a lo que Dios nos habla a través de su Espíritu Santo. “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).

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